Aprovecho hoy, tras casi tres días en cama por culpa de la dichosa gripe, para escribir acerca de los inconvenientes de padecerla pero también de las ventajas que existen (sí, es cierto).
Vale, los inconvenientes son muchos y muy diversos. Por ejemplo y lo que más rabia me da es la dichosa sensación de inutilidad, de no poder hacer nada. Por no hablar de todo aquello que hay que aplazar, posponer incluso en algunos casos descartar. Por si fuera poco, en ocasiones hasta toca ir al médico.
A veces pensamos que nuestro entorno no podrá seguir sin nosotros, pero sí puede. Estar enfermo es un buen momento para darle al PAUSE desde el mando a distancia de nuestra vida y decir. Vale, ahora ya no puedo hacer más, voy a ver lo que he hecho hasta ahora y voy a pensar lo que quiero hacer cuando me recupere. Voy a replantear todo. Ya no hablo de listas ni de tareas ni de cualquier tipo de historias productivas, sino de un término completamente general.
Un símil adecuado sería el de un barco que navega, mientras navega va rápido y todo el mundo espera llegar a algún lugar a la hora prevista, las máquinas funcionan y todo fluye, nada se para y todo sigue su curso, a veces por desgracia o por fortuna a una velocidad desmesurada. Sin embargo llega un momento en el que el barco se estropea y se para repentinamente. Mientras el barco se arregla nadie puede navegar, no obstante es el mejor momento para poder pararse a pensar… ¿es posible cambiar el rumbo? La respuesta quizás es sí, o quizás no haga falta cambiar nisiquiera el rumbo, pero el simple hecho de poder parar a pensar permitirá continuar navegando de una forma mucho más firme.
Y es que hay que ver cada momento de la vida como algo positivo, aunque casi en su totalidad parezca negativo, siempre hay un punto al que darle la vuelta. Obtengámos de cualquier inconveniente una ventaja porque es rotundamente cierto el dicho de que «no hay mal que por bien no venga».