Terminan las vacaciones, el avión está llegando a su destino final: Madrid-Barajas. De pronto empieza a disminuir la velocidad y la tripulación empieza a ponerse nerviosa, se nota tensión en el ambiente.
A la llegada a otra terminal del aeropuerto de Barajas conocemos efectivamente la desgraciada noticia, un avión se ha estrellado en la T4 del aeropuerto y por lo visto ha sido algo grave. El aeropuerto se enmudece y tan solo se escuchan de fondo las ambulancias, coches de bomberos y de policía. Se hablaba en principio de 7 muertos, aunque finalmente serían más de 150. No puedo describir la sensación que sentí cuando supe eso, realmente horrible.
A veces pensamos que en estos días ya no pasan este tipo de cosas, que estamos en un país desarrollado y que nada puede pasar. Pero de repente pasa. Y ese avión podría haber sido el de cualquiera de los miles y miles de personas que viajaron hasta/desde Madrid. La cuestión es que pudo ser nuestro avión, pero no lo fue.
Lo realmente aterrador fue conocer que a unos metros de nosotros teníamos un avión en el que prácticamente todos los que se encontraban en él habían muerto. Hace pensar en que cada día tenemos ciudades más grandes, una sofisticada tecnología, altos rascacielos y prácticamente de todo lo imaginable. Pero algunas veces se nos olvida que todo es frágil, demasiado frágil.
Un fuerte abrazo de apoyo a los familiares y amigos de las víctimas para que puedan superar cuanto antes lo sucedido.